Patricia Cardenas Paredes
Dirigenta Social, Contadora y Emprendedora.
Hace un año he tenido la oportunidad de recorrer distintas comunas y localidades de la región de La Araucanía, y en cada paso que he dado he podido confirmar una realidad que, aunque conocida, sigue siendo profundamente dolorosa: la desconexión total de muchos actores políticos con las verdaderas necesidades de la gente.
He visto cómo algunos aparecen solo cuando se acercan las elecciones, saludando con entusiasmo forzado, repartiendo promesas recicladas y repitiendo los mismos discursos vacíos de siempre. Los que se aferran al poder como si les perteneciera, los que no quieren abrir paso a nuevos liderazgos, nuevas ideas ni una política más humana y menos calculadora.
Y para colmo, son los mismos que aprueban leyes para limitar las reelecciones, pero se dejan la puerta abierta para postular a otro cargo. Con una mano firman límites, con la otra aseguran su permanencia. Cambian de asiento, pero no de mentalidad. Se reciclan en el sistema, sin importarles la voluntad de la ciudadanía ni el desgaste de su desconexión.
En contraste, he conocido también a personas admirables. Hombres y mujeres que, sin ocupar cargos públicos ni contar con recursos del Estado, siguen trabajando con convicción por la gente. Son ellos quienes gestionan soluciones, acompañan a los vecinos,se organizan , defienden derechos. Son la política verdadera, la que no se ve en las portadas, pero que sostiene el alma de los territorios.
Y están los otros. Los que sí llegaron al poder gracias a la confianza popular, pero que luego se desvanecieron. No responden llamadas, no asisten o no agendan reuniones, no miran a los ojos a quienes los eligieron. Esa indiferencia es quizás la más cruel, porque convierte la esperanza en decepción y alimenta el desencanto.
No podemos seguir naturalizando este abandono. La política solo tiene sentido si se construye con empatía, coherencia y compromiso real. Si se ejerce desde el territorio, con los pies en el barro y no desde la comodidad de una oficina o un estudio de televisión.
La Araucanía merece más. Merece representantes presentes, que escuchen, que den la cara, que no se acuerden del pueblo solo en época electoral. Que trabajen desde el primer día hasta el último con la misma energía con la que pidieron el voto.
Hoy más que nunca necesitamos una nueva forma de hacer política: Una que no se arrastre por cargos ni se esconda tras cálculos. Una que se atreva a construir dignidad, justicia y futuro desde abajo, con la gente y para la gente.
Porque La Araucanía no olvida. Y esta vez, tampoco perdonará.